Son las nueve de la mañana y todavía en casa. Tenemos todavía media hora de margen para llegar al cole y diez minutos de trayecto. Todas las mañanas igual, salgo de casa sin resuello, arrastrando a dos pequeños que se debaten entre los primeros juegos de la mañana y el malhumor del madrugón. Sin tiempo para mirarme al espejo y vestida con lo primero que he visto colgado en el armario salgo a la calle dispuesta a comerme el mundo y lo primero que descubro al pisar la calle es que alguien se ha comido el mundo por mi, dejando sus huellas en mi pantalón. ¡Malditas galletas de chocolate!. Yo que creía que me ayudarían a reducir el tiempo del desayuno y ahora alargan la interminable lista de manchas que acumulo en mi ropa.
El yogurt siempre acaba en mis zapatos, los purés en mi jersey favorito. Por no hablar de los improvisados pañuelos que mis dos hijos encuentran en las mangas de mi abrigo.
¿Alguien más en la sala que coleccione manchas en la ropa?
He llegado a pensar que estos niños son dos infiltrados de algún fabricante de detergentes que están experimentando conmigo las bondades de su producto. Pues bien señores, desde aquí les digo que algunas manchas todavía siguen en mi ropa y éstas ahora ocupan un estante de mi armario adornadas con el estampado de moda de esta temporada el «dirty print» o lamparones de toda la vida ( madres del mundo olvidaros del animal print ya no está de moda).
Afortunadamente, mis nuevas prendas customizadas me sirven para lucir la mar de estilosa en casa y tratar de recomponer el estado original de mi hogar tras las intervenciones artísticas de mis pequeños genios. Las inmaculadas paredes blancas ya han sufrido en dos ocasiones el ataque misterioso de las pinturas plastidecor, el suelo de la cocina hace ya más de tres años que se mantiene limpio solamente la hora y media que dura la siesta. Las migas de pan, estrellitas, fideos y un gran surtido de pastas y legumbres, además de papeles varios y otros restos de comida son una alfombra que por arte de magia aparece coincidiendo con la hora de comer. A todo esto, podemos añadir el universo desconocido que ha surgido debajo del sillón de mi salón, en el que conviven en plena armonía bolas de plastelina, cochecitos, una rodaja de plátano de la merienda y un par de gusanitos revenidos de la última fiesta de cumpleaños.
No quiero acabar esta lista de manchas, comidas y otros restos que por su caracter escatológico no quiero mencionar aquí, sin sumar un nuevo componente: la tierra. He pensado contratar un contenedor de escombros para vaciar los zapatos llenos de arena que los niños transportan día tras día desde la guardería a casa. !Ya no encuentro bolsas de basura tán resistientes en el super para tanta basura!. Creía que la cuota mensual de la escuela infantil incluía el cuidado de mis bebés, su alimentación y no el cuarto de kilo de arena que me traen a casa repartido además de en los zapatos, en los bolsillos, el pelo, la capucha, orejas, boca… incluso en el pañal.
¿Quién me puede explicar como llega la arena hasta el fondo del pañal de un bebé traspasando tres capas de ropa?
Los niños dejan huella, una nueva vida llena de recuerdos, de sentimientos, de experiencias pero también otras inesperadas que a veces desesperan y que transforman la maternidad en un lienzo blanco listo para manchar cada día de nuevos colores…